DON EVARISTO
Ernesto Albán Mosquera fue actor, músico y cantante de
tangos. Ernesto Albán surge en el teatro a principios de la década de los
treinta, realizando papeles pequeños en varias compañías de entonces
Vásconez-Merizalde, Moncayo-Barahona y otras similares.
Su obra más importante “Estampas de mi Ciudad” , quien
caricaturizaba las costumbres de la época. Así Albán fija su actuaciónn en el personaje
principal de las obras de Garcia Muñoz “Evaristo Corral y Chancleta”, que lo
acompañaría el resto de vida de actor.
EL PADRE ALMEIDA
Narra la leyenda que en el convento de San Diego, de la
ciudad de Quito-Ecuador, vivía hace
algunos siglos un sacerdote joven, el padre Almeida, el mismo que se
caracterizaba por su afición a las juergas y al aguardiente.
Todas las noches, él iba hacia una pequeña ventana que daba
a la calle, pero como esta era muy alta, él se subía hasta ella,
apoyándose en la escultura de un Cristo
yaciente. Hasta que una vez el Cristo ya cansado de tantos abusos, cada noche
le preguntaba al juerguista: ¿Hasta cuando padre Almeida? , a lo que él respondía:
“Hasta la vuelta Señor”.
Una vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba rienda
suelta a su ánimo festivo y tomaba hasta embriagarse. Al amanecer regresaba al
convento.
Tanto le gustaba la juerga, que sus planes eran seguir con
este ritmo de vida eternamente, pero el destino le jugó una broma pesada que le
hizo cambiar definitivamente.
Pues una madrugada el padre Almeida regresaba borracho,
tambaleándose por las empedradas calles quiteñas, rumbo al convento, cuando de
pronto vio que se aproximaba un cortejo fúnebre. Le pareció muy extraño este
tipo de procesión a esa hora, y como era curioso, decidió ver el interior del
ataúd, y al acercarse vio su propio cuerpo dentro del mismo.
Del susto se le quitó la borrachera, corrió desesperadamente
hacia el convento, del que nuca volvió a escaparse para irse de juerga.
EL GALLO DE LA CATEDRAL
Había una vez un hombre muy rico que vivía como rey. Muy
temprano en la mañana comía el desayuno. Después dormía la siesta. Luego,
almorzaba y, a la tarde, oloroso a perfume, salía a la calle. Bajaba a la Plaza
Grande. Se paraba delante del gallo de la Catedral y burlándose le decía: ¡Qué
gallito! ¡Qué disparate de gallo!
Luego, don Ramón caminaba por la bajada de Santa Catalina. Entraba
en la tienda de la señora Mariana a tomar unas mistelas. Allí se quedaba hasta
la noche. Al regresar a su casa, don Ramón ya estaba coloradito. Entonces,
frente a la Catedral, gritaba: ¡Para mí no hay gallos que valgan! ¡Ni el gallo
de la Catedral!
Don Ramón se creía el mejor gallo del mundo! Una vez al
pasar, volvió a desafiar al gallo: ¡Qué tontería de gallo! ¡No hago caso ni al
gallo de la Catedral!
En ese momento, don Ramón sintió que una espuela enorme le
rasgaba las piernas. Cayó herido. El gallo lo sujetaba y no le permitía
moverse. Una voz le dijo:
- ¡Prométeme que no volverás a tomar mistelas!
- ¡Ni siquiera tomaré agua!
- ¡Prométeme que nunca jamás volverás a insultarme!
- ¡Ni siquiera te nombraré!
- ¡Levántate, hombre! ¡Pobre de ti si no cumples tu palabra
de honor!
- Gracias por tu perdón gallito.
Entonces el gallito regresó a su puesto. Cuentan quienes
vivieron en esos años, que don Ramón nunca más volvió a sus andadas y que se
convirtió en un hombre serio y responsable. Además dicen algunas personas que
el gallito nunca se movió de su sitio, sino que los propios vecinos de San
Juan, el sacristán de la Catedral, y algunos de los amigos de don Ramón,
cansados de su mala conducta, le prepararon una broma para quitarle el vicio de
las mistelas.
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